viernes, 25 de mayo de 2012

Sexto Sentido

Amores y desamores a orillas del Huang He

La búsqueda nunca termina. Siempre estamos frente a nuevas experiencias y creemos conocer el desenlace de la historia, pero en cosas del amor siempre se reescriben otros finales y nunca sabremos en realidad si estamos en el camino correcto. Todo se vuelve relativo. No existe un modelo a seguir: toca experimentar y ver si el sabor que nos deja es agradable o al menos algo fácil de digerir. Amemos, disfrutemos y vivamos… es lo único que debemos hacer.


Esta vez quise emprender una larga travesía en buscar el amor…  ¡Sí! ¡Quién lo habría pensado! ¡Irme a China a ver si se concretaba el más esquivo de mis anhelos, el  matrimonio, que ahora que lo pienso se vuelve cada vez más difícil, porque el amor bordeando los 40 exige más… demasiado diría yo¡ ¡Juzguen ustedes!

Lo conocí por una buena amiga que estuvo de paseo por esas lejanas tierras, y  después de que pasaron algunos añitos me refirió su correo electrónico. Así que le escribí y nos fuimos  acercando a pesar de la distancia. Fueron casi tres años -¡vaya en qué momento el tiempo corrió tan rápido!-  de una relación virtual entre charlas a través de Messenger  y correos que iban y venían para hacer de esto algo más normal.
A medida que el tiempo transcurría el interés crecía y después, como en toda relación existen altos y bajos, había momentos en que llegamos a acostumbrarnos y aquello a la larga puede resultar peligroso cuando se trata de buscar una pareja estable.

La fantasía de imaginar juntos un objetivo común nos llevó a seguir el arduo camino del conocimiento mutuo y de cruzar las fronteras para que estas pudieran desaparecer, lo que en otras palabras significaría los prejuicios que  teníamos  con respecto a un(a) extranjero(a) que vivía  del otro lado del mundo.

Muy a pesar de que nuestras culturas eran totalmente contrapuestas, no sé hasta qué punto estábamos conscientes de lo que implicaba tener una relación, pero a mi criterio la idea de hacer familia y comprender que él constituía mi pasaporte al matrimonio -para mí era el estado perfecto- fue el concepto que cegó mi comprensión…  hasta que nos dimos cuenta de que era importante  conocernos personalmente y  despejar  todas esas dudas que teníamos  el uno del otro.

En ese océano profundo de emociones  y  sentimientos encontrados  cada uno hizo un tremendo esfuerzo. Ese encuentro significaría continuar o dar fin a esta ilusión que habíamos  construido. Los viajes se cumplieron en tiempos diferentes a lo inicialmente planteado, sean por cuestiones de trabajo, dinero, familia u otros inconvenientes que ahora uno puede meditarlos de forma más objetiva.

Su llegada estuvo acompañada de toda clase de sensaciones. El dar aprobada dicha relación –para mí- era como aceptar que en algún momento me iba a alejar de lo que más amaba: mi familia, mi trabajo, mi religión, mi mundo, todo lo dejaba atrás y nacía  en otro lugar, en un tiempo y espacio diferente. Esa decisión me tocó asumirla  cuan fue mi turno de ir a su país para conocer su entorno y así saber que me encontraba en el camino correcto. Sin embargo, tales sentimientos encontrados que me perturbaron a su llegada fueron los mismos  al  reencontrarme con él.

Y el conflicto surgió. La idea de separarnos de nuestros países de origen era difícil para ambos. Éramos personas totalmente distintas, y -aunque se dice que los polos opuestos se atraen-  en el asunto del amor y las relaciones, no todo es verdad. A veces, ni la química, ni la biología, ni la anatomía tienen la razón, solo la lógica pone la clave para que las cosas funcionen.

Dos personas con culturas diametralmente opuestas: lo que para mí representaba una falta total de respeto, para él solo se trataba de una forma de aclarar las cosas… detalles que no tenían por qué perturbar mi tranquilidad. Nuestras maneras  de ser en lugar de unirnos y complementarnos, nos ubicaban en profundos abismos emocionales que hacía de la convivencia -al menos para mí-  una situación infernal que no desearía revivirla de nuevo. Agoté todos mis recursos y traté de justificar cada acción que iba seguida de una reacción desagradable, pero no hubo nada que pudiera salvar. Como el Titanic… ¡las ilusiones, los proyectos, los sueños, las posibilidades se fueron al fondo del mar!

(Continuará...)



Yo sabía que esto no iba a ser fácil para nadie, y eso lo corroboré conviviendo día a día con él,  observando esa pasividad frente a las cosas que para mi eran importantes… Con su falta de decisión me mostraba a un niño asustado en lugar de un hombre de verdad. Eso fue el asunto: no pudo decidirse a nada. Y ahora estoy muy consciente de que fue mi culpa.

Me dejé llevar por lo que él representaba y  no dimensioné la enorme confusión  que mi corazón me estaba jugando. Cuando sentí en carne propia que no podía vivir de ilusiones ni de justificar más sus acciones, lo poco que tenía en mi corazón se desvaneció y no toleré más. El hombre que hasta cierto punto llamaba mi atención por la manera graciosa de hablar, porque provocaba en mí una química especial, se esfumó y apareció un extraño, alguien en quien no podía confiar, una persona que me alejaba de todo y de todos. Ni el país que tanto me atraía pudo detenerme. Lo único que quería era regresar y aferrarme -como esos grandes y firmes ceibos-  a  mi tierra, a mi vida, a lo que para mí era mi mundo, lo que me devolvía la claridad después de permanecer en absoluta oscuridad.

Vuelvo a referirme sobre defender lo que queremos, por lo que nos sacrificamos, por lo que somos capaces de cruzar un océano en busca del sueño más anhelado. Y lo crucé y ¡zas! Ni siquiera hay océano: no tuvo los pantalones para tomar una decisión y demostrarme que él era el dueño y señor de la relación. Los roles se invirtieron. Su familia decidió por él  y su hermana a la cabeza daba por sentado que iba aprobarse todo lo ejecutado por ellos… ¡ y vaya qué  impresión  que me llevé!  Todo desapareció. ¿A qué y a quién podía aferrarme? Ahí valía decir: “¿Quién podrá defenderme?” El chapulín no estaba , así que saqué de la maleta coraje y  me lo tomé de un sorbo sin respirar, porque lo que se venía era mucho más complicado.

Ya no había razón para estar ahí. Lo que fui a buscar se había ido y no dejó  teléfono. Y tuve que mentalizarme y ver que la opción turística era lo más conveniente. Había mucho que conocer, mucho que admirar, fotografiar y registrar en video, atracciones de ensueño, parajes históricamente espectaculares, la mejor oferta hotelera, los mejores destinos exóticos y tenía guía personal que no tenía idea cómo orientarme en nuestros asuntos, pero sí sabía su trabajo.

En definitiva, fue muy claro y preciso en borrar y dejar un profundo off en mi alma y en China.
¡Qué viaje el mío!

No hay comentarios:

Publicar un comentario