martes, 3 de julio de 2012

Decisiones… ¿cómo cuestan?

Decisiones... cada día... alguien pierde, alguien gana... ¡Ave María! Decisiones... todo cuesta...  salgan y hagan sus apuestas, ciudadanía Oooooh…

Al son de la notas precisas del gran cantautor Rubén Blades comienzo mi relato, y entre tantos alegatos veamos ¡cómo fue el asesinato!



Corrían mis 32 años, estaba más pollita, y las posibilidades de encontrar parejo -como diría el montubio- eran menos complicadas y así llegó el nuevo pato:  alguien interesante e importante en mi vida y del que ahora guardo un buen recuerdo, a pesar de que el encanto duró poco por las complejidades de la situación.

Nos separaban casi 13 años. Era un hombre inteligente que sabía lo que quería y muy entusiasmado por iniciar formalmente una carrera universitaria y tratar de estabilizar -en algo- su vida emocional que no lo llenaba tanto como la idea de emprender el camino hacia el conocimiento.  Y así se dieron las cosas: sus visitas eran constantes durante las horas de trabajo. Primero la necesidad de conocer los trámites pertinentes para el ingreso a la universidad  y, entre conversaciones burocráticas y universitarias, se dio el primer contacto. Un interés diferente emergió por aprobar otra clase de ingreso, ya nada de carácter académico.

Las charlas  que manteníamos eran extensas y agradables. Tenía muchos temas de conversación y resultaba enriquecedor platicar con alguien que tenía todas las respuestas, aunque cuando la situación se complicó aquellas respuestas sonaron a excusas de niño de primer grado, y ahí perdió el año.

Aunque mis prioridades en aquellos momentos estaban algo claras, a veces las emociones y las nuevas experiencias te hacen perder la orientación, y las decisiones que se tomaron a la ligera resultaron tentadoras a primera vista, pero no fueron siempre las adecuadas.

Esta vez apreté el acelerador y a medida que conducía por ese camino sinuoso y peligroso, la velocidad y el vértigo que me generaba esta nueva conquista me hacían sentir poderosa. Había logrado seducir a un hombre mucho mayor y eso subía mi autoestima a niveles importantes. No pensé en su estado civil, aunque su  insistencia repetitiva de encontrarse separado era algo que alivianaba mi culpa... como si  fuera una especie de analgésico que aletargaba mi cerebro dejando en blanco mis pensamientos y reacciones.



Con más experiencia y dos matrimonios en su haber -y algunos hijos incluídos en el paquete-, él controlaba  la situación. Su trato dulce hacía que yo olvidara por instantes los problemas capitales -su estado civil- y me entregara a sus brazos deseosa de atención y cariño. En otras palabras, supo conducirme inteligentemente por senderos eróticos que terminaban en momentos mágicos de puro deleite.

Aquellos encuentros transcurrían en la oficina, y en sus horas libres entre materia y materia, me sentía enamorada  y deseada. No se trataba de un adolescente universitario, sino de un hombre maduro que sabía lo que quería... Al menos eso fue lo que pensé inicialmente hasta que, a punta de gritos, las circunstancias me hicieron percatarme del  error que cometía.

Y ahí estaba: confundida entre el sentimiento y el deseo. Mi condición era igual a las relaciones que se tienen con hombres casados. Sabía que vivía con su mujer y, aunque siempre comparaba su hogar a un verdadero campo de batalla, nunca imaginé que entre granadas y misiles su mujer quedara  embarazada...

¡Y vaya ataque de última hora! ¿Hacía dónde se dirigió ese misil?
Creo que directo a mi cabeza...

Y con determinación tuve que decidir y cortar de un solo tajo esa relación clandestina que solo me contabilizó angustias y un sabor amargo en los labios, porque sentía que estaba traicionando mis principios fundamentales y que aquello me conduciría a malos finales.
Fui engañada o, mejor dicho, no analicé bien en lo que me estaba metiendo; sin embargo, la prueba solo se llevó  cuatro  meses de tranquilidad y me devolvió una seguridad arrebatadora que ahora  disfruto a plenitud.
"La insoportable levedad del ser" de Milan Kundera. Tomás y Sabina.





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